jueves, 26 de noviembre de 2009

FIESTA BRAVA EN LIRCAY




Algunos detalles de toros y toreros andinos


Julio es por excelencia el mes taurino de los lirqueños. Es en estos días en que el pueblo de Lircay (Huancavelica) viste sus mejores galas y bota la “casa por la ventana” para rendirle homenaje a la Santísima la Virgen del Carmen, Patrona de este bello paraje andino.

Esta fiesta carmelita dura casi todo el mes y la fecha central es el 16 de julio, día en la que miles de lugareños y visitantes se congregan en la plaza del pueblo y se sujetan a la autoridad matriarcal de la madre de Cristo a través de sendos actos de contrición y fe. Esa mañana la lirqueñada en pleno desempolva sus veintiúnicos ternitos “imitación casimir inglés” guardados especialmente para tan magna ocasión y compungiendo al máximo sus abatidos rostros por la resaca de varios días de “chupa” y zapateo, reafirman ante la Virgen su compromiso de portarse bien el año que viene.

Linda es la fiesta, en verdad. Pero más linda es la Mamacha Carmen que desde lo alto de su trono nos mira con bondad y generosidad con esos sus chask’añahuis, que hace sonrojar a más de una damita, poniéndonos en aprietos a más de un pecador.

Julio, es en Lircay el mes de los cohetes y cohetones. De las bandas y las orquestas. De la mantilla y la chamiza. Del piturero y del huacahuaj’ra. De la cerveza y los quemaditos. Del fervor y el frenesí. Del reencuentro y el hasta luego. Aquí nacen nuevos amores y se reconcilian amores idos. Aquí se recibe el abrazo cariñoso del amigo sincero o el artero puñete de algún borrachín barato que encontró en la fiesta y el trago la mejor oportunidad de cobrarse cuentas no saldadas. Julio es también el mes de los toros y los toreros.

Y es precisamente de estos personajes a los que quiero referirme en esta ocasión.


II


Luego del día central se desarrolla la primera corrida de toros. Nuestros antiguos la llamaban “misti toro” porque estaba organizada por el mayordomo de la fiesta. Al día siguiente venía el “chutu toro” que era la corrida organizada por el tronero. Y para variar, al concluir el mes dos corriditas más: una organizada por el subprefecto y la otra por el alcalde provincial para honrar, esta vez, a nuestra amada patria.

En cada uno de estos eventos taurinos, los obligados, encargados de dotar los toros, juegan su partido aparte empeñándose para que los suyos sean mejor que la de su oponente. En el tendido la algarabía es total y el entusiasmo se apodera de los presentes. Colorido por doquier, bandas musicales exponiendo sus mejores pasodobles, suculentas viandas, variados tragos, tarde de sol. Fiesta brava en la que muchos jóvenes encuentran la oportunidad de sus vidas para allanar el corazón de sus dulcineas andinas.

III
El factor principal de una fiesta son los toros y los toreros. Si no hay un buen toro, no habrá un buen torero. Y un buen toro debe tener entre cuatro a cinco años y ser bravo. A un toro se le conoce desde que se le suelta a la plaza, pues, sale corriendo, luciendo alegría, nerviosidad y temperamento. Se arrancan velozmente a la llamada y silbido de los que merodean. Arremeten contra las tranquillas y voltean pronto ante el que se dispuso a torearlo, a quién suele mirarlo fijamente. No rehuye nunca a la cita de su eventual torero.

Hay toros que siempre embisten con nobleza y rectitud como si estuvieran respetando reglas de juego impuestas. Algunas veces embisten suave y con poca fuerza que antaño nuestros abuelos solían llamarlo “embestida de pera en dulce”. Estos toros son ideales para aquellos aficionados serenos, pues les permiten realizar algunos lances sin abandonar el terreno donde se les cita. A estos cornúpetas solemos llamarlo siempre “toro limpio”.

Otros toros no tienen la embestida franca. Lo hacen nerviosamente, revolviéndose en busca del engaño o del bulto, por lo que quienes se atreven a torearlo lo hacen de lejos o corren hacia él, le hacen un quite y zafan cuerpo. Estos toros, al contrario de los primeros, no acuden pronto ante el torero. Se les tiene que porfiar y provocar la embestida. Son inesperados. A estos los conocemos como “toros matreros”.

También tenemos los “toros mansos”, de aquellos que llegan a la plaza sin saber cómo ni porqué, pero llegan. Faltos de casta y de poca sangre de lidia, son tímidos y cobardes. Desde que salen del coso son indecisos y recorren la plaza desconfiados. Se asustan con los capotes. No se revuelven ni inquietan. Abandonan constantemente la plaza y se afanan en regresar pronto al toril. Son dificultosos para la lidia y son los favoritos de los niños y adolescentes que atraídos por su docilidad intentan hacer sus primeros pinitos en el arte taurino. Sin embargo, son peligrosos ya que al no tener la valentía de los toros bravos, se defienden embistiendo de manera traicionera a quién se le acerque demasiado.


IV

¿Y los toreros...?

Con su ponchito cielocolor, animado por los tragos ingeridos desde horas antes y entusiasmado por la mirada de alguna moza d su comunidad, la figura de nuestro torero andino haciendo unos “quites” al toro que enfrente no deja de ser el elemento tradicional de nuestras fiestas. Aún cuando en los últimos tiempos se ha reemplazado a estos singulares personajes por toreros “traídos de Lima”, quienes tratan de deleitarnos ensayando “verónicas”, “faroles” y “galleos” mal ejecutados, el andino aficionado al toreo se resiste a desaparecer. Se filtra a la plaza a redondear una rápida y cómica faena y es retirado del lugar en medio de las protestas del respetable.

Mención aparte constituye los toreros cómicos o bufos. Ultimamente nuestro popular “Dominguito” o “Dominguillo” ha venido perdiendo vigencia con la presencia de los toreros bufos que disfrazados de “Cantinflas”, “el Chapulín Colorado”, “el Chavo del Ocho”, “la Chilindrina” o “la Negra Tomasa”, se esfuerzan por desprenderle una sonrisa al público asistente.

No está de más hacer una precisión: Este tipo de toreo nace en 1916 cuando el barcelonés Carmelo Turquellas logró trasladar de las pantallas a la plaza de toros todos los gestos y situaciones burlescas que hacía el maestro de la risa Charles Chaplin en sus actuaciones cinematográficas, para lo cual utilizó becerros de dos años haciendo coincidir trucos y fantasías con la práctica de todas las suertes del toreo. Turquellas formó una cuadrilla llamada “CHARLOT”. Sobre esta base se han venido sucediendo toreos bufonescos en forma pintoresca, alegre y jocosa que causan la hilaridad del público y que subsisten hasta nuestros días.

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