sábado, 30 de mayo de 2009

CANTERA INAGOTABLE DE AMOR


Autor: Héctor Manrique Velarde (Mayo, 2009)

Desde el momento que te engendraron
ella empezó a quererte
durante el parto, tu la hiciste sufrir mucho
en respuesta, ella te estrechó entre sus brazos
cuando caíste al dar tus primeros pasos
solícita, alguien te levantó: ¡sigue adelante!

Por ser hiperactivo
te hiciste daño, te peleaste, te pegaron
alguien te alentó a ser valiente
pero ella, curó tus heridas para que seas más fuerte
¡cuántas veces caíste enfermo!
el médico te recetó medicinas
una mujer te curó con algo mejor: su amor y hierbitas

Las veces que te portaste mal
los disciplinarios te aplicaron sus "correctivos"
ella te hizo notar la diferencia entre lo bueno y lo malo
nadie entendía tu adolescencia
esa mujer la soportó estóicamente, con consejos
tu juventud cuestionadora la encaminó adecuadamente.

Al iniciarte a criar hijos, ella te enseñó cómo hacerlo
ahí empezaste a entender lo sabia que es la naturaleza
sintetizada en la persona de una mujer.
Ahora que la Pachamama la tiene en su seno
añoras su presencia y sabiduría
otra vez quisieras ser niño, adolescente.

Desearías retomar el camino para rectificar errores
anhelas tenerla de nuevo a tu lado,
escucha el mensaje:
Hijo, aún me tienes en tu corazón
moriré el día que dejes de pensar en mí
cuando olvides las cosas que te enseñé.




viernes, 22 de mayo de 2009

Un cuento ambientalista: CUAL AVE FENIX (*)



Autor: ADOLFO RUIZ ZANABRIA (Lima, mayo 2008)

En el río de Mantaro
tengo un puquial cristalino,
donde se lava mi yanañahui
sus cabellos de oro fino.
(Huayno popular del valle Wanka)

I

Estoy triste y tengo ganas de llorar. Días como éstos me ponen así. Sensible, sentimental y con ganas de contar mis secretos, mis más recónditos secretos. Mi vida es un cúmulo de episodios que han durado minutos y horas, días y años. Mi vida es la historia de una lucha incesante por no morir. Una lid cotidiana a cuenta del futuro de los hombres de mi valle. Que cuando yo haya muerto, nunca me agradecerán por lo que yo hago por ellos, hoy, que aún vivo.

Pero como no quieren escucharme, me los contaré a mí mismo.

Un día creyeron matarme y dejaron que mi cuerpo se perdiera en la bruma húmeda y el lecho pedregoso de un espacio sin tiempo. Acaso quitaron parte de mi vida. Pero no, definitivamente no me mataron.

Negras sombras revueltas en un frenesí animal me apuñalaron arteramente. Risas relajadas de monstruos disfrazados de hombres, se turnaron para darme el golpe fatal. Gritos salvajes y aullidos de bestia exhaladas por turbas angurrientas, embarraron sus conciencias de sangre a cambio del ruin oro. Silenciosas montañas, -de cuyas ubres hasta hoy me alimento- atestiguaron el sangriento delito, cual padres que asisten impávidos al suplicio de su bien amado hijo. Esos fueron mis victimarios. Ese fue el escenario del crimen. Sin embargo, no pudieron matarme.

Desde entonces y huérfano de mí mismo, me hice hermano de la tierra y vivo abrazado a ella agradeciéndole su generosidad. Vivo en medio de mis amigos los gusanos, los pájaros y la lluvia. El sol y el aire fresco. Vivo para recordar, con el cuerpo descarnado y el alma sombría, olvidado de la memoria de las gentes.

Pero, heme aquí, para contar mi vida y no mi agonía. Porque ni los golpes, ni el dolor, ni la tribulación importan. Solo escúchame. Sorpréndete.

II

Años ah, en tiempos que se pierden en mi memoria, fui feliz. Mi ventura transcurrió entre el atardecer del sol y el amanecer del porvenir, pintando sueños de amapolas y luces de Bengala con aroma a retama. Fui feliz, en mi infatigable recorrido por este mi valle Wanka, imaginando cometas, estrellas y un millón de luces celestiales. Celebrando mi alegría con el viento escarlata.

Conocí la risa vivaz y los pies descalzos de curiosas hembras de senos turgentes y caderas oscilantes que cada mañana se solazaban peinando sus largas cabelleras frente a mí, sin sonrojos ni turbaciones, provocando que mi reacción viril las sedujera. Supe de cautivantes muchachas con faldas que cubrían los pechos de la tierra, que cargando sus porongos, llegaban hasta mí a pedirme agua para saciar su sed y romanzas para satisfacer sus almas.

También conocí a Emiliano Alanya. El viejo Imico. De límpidos ojos y noble corazón. Hermano del sol y la lluvia. Amigo de infatigables horas de trabajo. Labraba en su pequeña chacra ora erguido agradeciendo a Dios, ora agachado besando la sagrada tierra. A él, a sus hijos y a los hijos de sus hijos les ayudé en su diaria labor agrícola. Les enseñé a producir el pan de su sustento. Les regué sus chacras con agua limpia y cristalina que brotaba de lo más recóndito de mi naturaleza y al final de cada jornada, juntos cosechamos el fruto de nuestros esfuerzos. Les enseñé a enterrar la papa bendita y el maíz sagrado en el vientre mismo de la Pacha Mama en un ritual andino de ofrenda al amor entre el fruto y la madre tierra. Y les enseñé a disfrutar de la sabrosa pachamanca con su chicha de jora, embriagándonos de alegría y de amor. Eramos felices hasta el hartazgo.

Buena debe haber sido mi labor. Nemesio Sotacuro, Pedro Sosa, Juan Canchapoma, Eliseo Poma, sus esposas, sus hijos y los hijos de sus hijos también me pidieron que les regara sus chacras. Y yo, presto inundé sus campos con el líquido vital. En esos tiempos sembrábamos alegrías y cosechábamos abundancias. La alegría de mi valle era de color verde. La sonrisa de sus hombres de un azul celestial. Y su vida misma, olía a esperanza sin fin.Pero como los tiempos de felicidad no son eternos, un día vino la noche...

III

Dicen que los infortunios cabalgan sobre los potros del Apocalipsis llevando tras de sí alforjas repletas de tragedias y dolor profundo. Dicen también, que todos podemos sonreír, pero que hay momentos en que nos es casi imposible hacerlo, porque no nos nace o nos lo prohibimos a nosotros mismos. Que podemos sonreír aunque nos cueste, porque finalmente todos somos unos payasos sin disfraz. Y mi sonrisa pereció con la luz en el mismo momento en que mi tragedia nacía con la oscuridad...

No recuerdo el momento exacto en que inyectaron mi sangre con el letal veneno de la ambición, acaso porque las fechas aciagas son preferibles no recordarlas. Pero un día fatal, extraños seres de rostros gangrenados como sus conciencias llegaron a mi valle desde más allá de las montañas, acompañados de infernales traqueteos de máquinas asesinas. Caminaron primero por las sierras macizas vecinas a mi hogar. Ya de día, ya de noche. Tenían el andar lento y sospechoso. Parecían asesinos agazapados en las sombras, como esperando pacientemente a su víctima. Miraban sesgadamente como buscando con duro afán sobre quién descargar todo su odio. Tenían las manos ensangrentadas, dos, cuatro, ocho manos... todas manchadas de sangre. Apuñalaban a los cerros, los macizos cerros. Eran unas tarántulas venidas del infierno.

Luego apuñalaron mi cuerpo. Me arrojaron al insondable abismo de la eterna agonía envenenando mi cuerpo con negras y ácidas pociones que hasta hoy me causan un profundo dolor en el alma. Pero no me mataron. Y aunque quisieran hacerlo, no me matarán. Porque los vientos me dijeron que necesitaban de mí para sobrevivir. Porque las aves me comentaron que mi agonía, significaba para ellos su riqueza.

Desde entonces, todo cambió en mi valle. Hasta sus hombres y mujeres. Ya no hubo sueños de amapola ni luces de Bengala con aroma a retama. Ni hembras descalzas de senos turgentes con faldas que besaban la tierra. Ni verdes alegrías de los vientos escarlata. Tampoco Emilianos Alanyas, ni Canchapomas ni Cairampomas. Junto con mi desdicha, sobrevino la indiferencia.Y a partir de ese momento la vida empezó a transcurrir con nostalgia...


IV

Isabel Domínguez Huanca era una agraciada mujer de labios color capulí. Vivía en una casa sin ventanas pero con fogón grande. Enamorada de Asturiano Mogollón, vivía sólo para él. Cada mañana preparaba el yantar diario y esperaba ansiosa la llegada de la hora crepuscular. A esa hora llegaba su amartelado novio, con quién compartía la vianda que con tanto amor le había preparado. Luego se amaban con pasión. Un día, Asturiano no llegó a la cita. Tampoco lo hizo los siguientes atardeceres. Y el corazón de la bella Isabel empezó a marchitarse lentamente.

Cansada de esperar a quién se negaba a llegar, Isabel Domínguez buscó mi cobijo. Y yo la acogí con desinterés. Agobiada por la pena del desaparecido amante, Isabel Domínguez Huanca, la dulce y agraciada Isabel murió entre mis brazos un miércoles de ceniza. Ella quiso morir calmando su abrazadora sed con mi cristalino torrente. Pero no pude brindarle mi esencia de vida, porque ya estaba corrompida con las negros y ácidos brebajes con que me habían emponzoñado. Y la vida continuó transcurriendo con nostalgia.

Y las desdichas también...

Porque al ocaso de la centuria XX, el destino nos desgració la vida al enviarnos a "Pacho", un asolapado genocida sediento de sangre y muerte que se apareció por mi valle para exterminar conciencias y pensamientos. "Pacho", le decían sus abominables huestes al cruel militar cuando perpetraba una demencial percusión contra las criaturas de rostro cubierto y banderolas coloradas que insurreccionaron exigiendo la implantación de un "nuevo orden y una nueva república". "Pacho", susurraban con temor los hombres del valle en las frías noches de insomnio cuidando que su aterrador nombre no se confunda con sus oraciones. "Pacho", murmuraban con odio los hijos de éstos hombres esperando una rápida muerte cuando caían a manos del criminal.

En la lobreguez de una fría noche de junio, "Pacho", el "capitán Pacho" y su caterva de crueles militares llegaron hasta la orilla misma de mi pedregoso lecho. Traían consigo inmensas bolsas de plástico negro con contenido carnoso. Y en complicidad con el silencio de las tinieblas, sacaron el contenido de las bolsas y tiraron sobre mí, uno a uno los cadáveres de los hijos de los hijos de Emiliano Alanya, Nemesio Sotacuro, Pedro Sosa, Juan Canchapoma, Eliseo Poma, para que yo guardara su secreto. Yo no pude callarme. Porque las lóbregas y frías noches de junio continuaron repitiéndose.


V

En fin. Tristes fueron –y acaso continúen siendo- estos tiempos. La vida pasó rauda ante mí, sin reparar en mi desventura, soslayando los cambios que se producían en mi valle cada minuto, cada momento. Acaso por que cada cambio, traía consigo un nuevo sufrimiento.

Vi como la gente aprendía a caminar prendida de la mano del tiempo. En una viciosa transmutación de edades que era imposible saber cuándo acabaría, el niño se hacía hombre, el hombre se hacía sabio y el sabio volvía a ser niño. Y así se repetía incesante el círculo. Los pueblos crecían vertiginosamente y se hacían ciudades. Pero a diferencia de los hombres, éstas ya no volvían a ser pueblos.

En esta larga peregrinación de tiempos oscuros, se plasmó mi agonía. Fue en estos tiempos en que testifiqué tantas tristezas. Porque vi a los hombres de mi valle enloquecer hasta negarse a sí mismos. Los vi destruirse entre ellos. Como cuando al amanecer de cada mañana llegaban hasta donde yo estaba en pesados camiones para descarnar mi agonizante cuerpo, llevándose una a una las piedras y grano a grano las arenas que cubrían mi morada. O como cuando su desafecto hacia mí se convertía en una humillación lacerante e indigna y me cubrían con cúmulos de basura y desperdicios de su ignorancia. A pesar de todo y cual Cristo nazareno, sigo cargando esa cruz, aparentando una irrelevante tranquilidad.


VI

Sépase ya, que como el Ave Fénix me propuse renacer desde mis cenizas. Y decididamente trabajé hora tras hora, día tras día, durante años, invocando a la inteligencia de los hombres con la esperanza de que rompan las cadenas de mi sufrimiento. Lo hice de día en cada saludo al amanecer. Lo hice de noche en cada oración de agradecimiento a Dios. ¿No tendría, acaso, premio mi constancia?.

Yo quería dejar de convivir con excrementos tardíos, vómitos embriagados, baba, orina y paños de sangre. Tenía frente a mí una masa considerable de desperdicios marrón-verdosos a los que necesitaba apartar de mi vida. Quería ser libre de ellos, ser feliz como antes. Compartir las faenas de campo con los hijos de los hijos de Emiliano Alanya, Nemesio Sotacuro, Pedro Sosa, Juan Canchapoma, Eliseo Poma. Embriagarme de amor con las mozas de pechos turgentes y saciar la sed de las cautivantes doncellas con faldas que besan la tierra. Era posible arañar una restitución de todo lo que me habían arrebatado.

Esta mañana alguien arrojó un diario hacia donde me encontraba. No estoy seguro porque ni para qué lo hizo, pero el periódico llegó hasta mí. Un enigmático impulso me obligó a coger el pliego y a leerlo ávidamente. ¿Por qué lo leí?. No lo sé. Acaso porque desde la fugacidad de mi mirada descubrí que mi nombre estaba impreso en él, con letras grandes y negras confundidas con otras pequeñas y otras aún más pequeñas.

Al principio sentí un vacío en el estómago. Luego un ligero escalofrío recorrió mi espinazo. Y a medida que traducía el texto, un inusual alborozo abarrotó mi corazón. No podía creerlo. La esperanza existía. Sí, definitivamente existe. Por eso, aún cuando no quisiste compartir conmigo mis penas, quiero participarte mis alegrías. Léelo. Alégrate:

""CORREO.- Huancayo 08 de mayo de 2008.

DESCONTAMINARAN DEFINITIVAMENTE RIO MANTARO

Triunfaron organizaciones ambientalistas. Empresas mineras ya no contaminarán río Mantaro. Tampoco lo harán comunas de Huancayo y Yauli.


En una acto sin precedentes realizado en el salón consistorial de la comuna huanca, anoche se firmó un importante convenio entre los burgomaestres de las municipalidades provinciales de Yauli y Huancayo, funcionarios del ministerio de Energía y Minas y representantes de las empresas Minera Andes del Perú y Star Mining Corporation, que permitirá descontaminar al más breve plazo y de manera definitiva las aguas del río Mantaro. Trascendió que en seis meses ya podremos contar con aguas cristalinas.

A dicha reunión asistieron altos representantes de la sociedad civil así como de diversas organizaciones defensoras del medio ambiente, entidades que de un tiempo a esta parte iniciaron una tenaz campaña para evitar que las empresas mineras en mención continúen contaminando el principal recurso hídrico del valle Huanca.

El río Mantaro, considerado uno de los dioses tutelares de los Wankas, desde sus orígenes estuvo íntimamente ligado a la vida de nuestros pueblos. Su importancia trascendió en el hecho de dotar de aguas puras y cristalinas a muchas generaciones de pobladores de nuestro valle para regar sus sembríos y preparar sus alimentos.

Durante los primeros años del siglo XX, algunas empresas mineras extranjeras incursionaron en las zonas aledañas a la cuenca del Mantaro con el afán de explotar los recursos mineros de esta parte de nuestra región. Desde entonces y hasta la fecha, han arrojado sus relaves (residuos polimetálicos y aguas ácidas) sobre la corriente del río Mantaro, contaminándolas e inutilizando sus aguas para el uso agrícola y el consumo humano.

Con el crecimiento de la ciudad, a partir de la década del ’80, cientos de camiones repletos de basura agravaron más el nivel de contaminación al depositar en sus orillas toneladas de basura, deshechos e inmundicia. Incluso, no faltó oportunidad en que en sus aguas se encontraron restos humanos en estado de descomposición, que en su oportunidad las autoridades establecieron que se trataba de suicidas o víctimas de asesinatos por diversos móviles.

Gracias a este convenio, una nueva era medio ambiental se inicia en nuestro valle. Por fin los agricultores tendrán abundantes recursos hídricos para regar sus sembríos y atender su consumo diario. Se darán viabilidad a nuevos proyectos de forestación y reforestación y se recuperará la prestancia y el verdor del valle Wanka.>>

El perdón es un misterio que se encuentra oculto entre nosotros. Si no queremos que permanezca allí, escondido, es necesario buscarlo a través de nuestras propias experiencias. Dicen que el perdón es el camino hacia la paz y la felicidad. Y yo, Dios tutelar de los Wankas... he decidido perdonar a los hombres.

(*) Cuento que ocupó el tercer lugar en el VI Concurso Nacional de Narrativa Literaria 2008 organizado por el Comité de Damas del Poder Judicial de la Región Junín - Perú.

lunes, 18 de mayo de 2009

DOS PANES


Autor: Adolfo Ruiz Zanabria (Lima, 2003)

Concentrado como estaba, Mariano no advirtió que su patrón le llamaba por enésima vez ordenándole comprar pan. ¿Pan?. Tan solo escuchar el nombre de ese bendito alimento, le recordó que esa mañana no había desayunado y el hambre, fiel compañero de su dificultosa vida, desde la noche anterior se había cobijado en su pequeño estómago y pedía a gritos ser desalojado de allí.

¡ Cómprame cinco panes…!

La voz de Pedro, un grasiento y alcoholizado viejo que fungía de patrón y criador del pequeño Mariano, gruñó en la lóbrega habitación.


Dejando de limpiar el gallinero y sin lavarse siquiera la mano, Mariano recibió la fría moneda que su patrón casi le aventaba y apresuró sus descalzos pasos calle abajo, hacia la esquina donde quedaba la panadería del "chino" Tomás.

A medida que avanzaba, una luz de esperanza empezaba a brillar en los tiernos ojos de Marianito. Por fin, se decía, por fin tendría algo que comer, pues no en vano Pedro, en una actitud inusual en él, le había mandado a comprar panes. Y apelando a su infantil lógica, empezó a esbozar cuentas: cincuenta céntimos alcanzaba para cinco panes, dos probablemente serían para él y Pedro se quedaría con tres. Después solo era cuestión de hacer hervir agua y meterle algo de café. Y aunque ya casi era mediodía, y el hambre angustiaba su doblegado estómago, de nada importaba la hora con tal de dar fin a su obligado ayuno.


Dedujo que en el fondo el viejo era bueno si se le quitaba todo lo malo que había en él. Trajo a su memoria las palizas que éste le propinaba, pero se consoló pensando que lo hacía solo cuando estaba de mal humor, aunque para su mala suerte casi siempre estaba malgeniado. Pero eso ya nada importaba. Después de todo, lo hacia –conforme Pedro se lo repetía luego de cada zurra- para que “mañana mas tarde seas un hombre hecho y derecho y no un borracho como yo…”. Iba a comprar cinco panes y estaba seguro que el viejo iba a ser obsequioso con él dándole dos panes. Y por dos panes estaba dispuesto no solo a perdonar sus agravios, sino a ser un hombre hecho y derecho.

No había nada que hacer: Pedro era bueno y había que estarle agradecido. Era finalmente como un padre para él. Nadie se hubiera ocupado de él a la muerte de su madre, ni siquiera su propio padre a quién no conocía. A veces se le antojaba pensar que en vida su madre se acostaba con Pedro, por eso el viejo solía recordarla con un suspirante "vieja puta" cada vez que se emborrachaba y acabó prometiéndose asimismo, que por merecer esos dos panes, haría un esfuerzo para querer y respetar al viejo.

Ya en la panadería, el hambre se le agudizó más aún a Mariano cuando se vio rodeado de cientos, millares de panes que dorados y crocantes se exhibían en los vidriados mostradores, amén de su exquisito aroma que penetraba hasta su espinazo. Tuvo que empinarse sobre sus pies para poner la plateada y minúscula moneda en la mano del “chino” Tomás a la vez que con la otra mano recibía una bolsa de papel con los deseados panes.

De retorno, abrió la bolsa para verificar los panes: uno, dos, tres…cinco…¡Cinco panes!. Y se deleitó viéndolos tan dorados, tan crocantes que por un momento se le antojó agarrar uno y comérselo, pues el hambre arreciaba mas aún cuando la ansiada hogaza estaba entre sus manos. Recordó, sin embargo, a Pedro y lo furioso que se pondría si no le llevaba la totalidad de panes y se regocijó pensando que una vez cumplida su comisión, su patrón le daría un par de ellos y con un poco de suerte hasta tres.

Raudo llegó a casa y con la inusual alegría dibujada en aquel su rostro infantil le alcanzó la bolsa de panes a Pedro. El seboso vejete se aseguró la conformidad de la compra y emitiendo un tosco gruñido llamó a "tarzán" repetidamente. Entonces un enorme perro negro, chusco y pulguiento se desperezó en un rincón del cuartucho y moviendo la cola se acercó a su amo. Pedro empezó a partir los panes y tirarlos ávidamente uno a uno hacia el perro procurando que el animal agarre los trozos en el aire. Mariano, desde la puerta, observaba sin creerlo.

Limpias lágrimas resbalaron por las mejillas de Marianito. Y por primera vez en sus corta existencia el pobre muchacho lloró con todo el sentimiento que su inocente corazón se lo permitía. Lloró con ganas como para desfogar de una sola vez todos los años de sufrimiento vividos al lado de su alcoholizado patrón. Lloró en silencio como para demostrarle al mísero vejete que a despecho de su corta edad podía ser tan hombre como para soportar los vejámenes más humillantes. Lloró tanto como pudo. Acaso porque a sus escasos ocho años, supo por primera vez que la verdadera vida de perro la llevaba él…

miércoles, 13 de mayo de 2009

ANHELOS

Autor: Adolfo Ruiz Zanabria (Huancayo, julio 1985)

Quisiera empuñar el agua
y estrujarla hasta que discurra entre mis dedos
y pensar que en ese discurrir van discurriendo mis sueños;
y en cada gota de ellos, mis esperanzas.

Quisiera que desde el fondo de tu mirada,
descubras la tristeza de mi alma
y veas en esa tristeza
el vértigo de mi agonía.

Quisiera que a mi alma despedazada
por las oscuras penas de mi soledad
la veas volar melancólica,
buscando el fin de la eternidad.

(Y cuando descubras la tristeza de mi alma y mi alma despedazada se refugie en el fin de la agonía, quisiera… quisiera…)

Publicado en la revista “LIRCAYMANTA” Julio de 1985

GUINDO BENDITO

Autor: Adolfo Ruiz Zanabria (Lima, marzo 2009)

Guindo bendito de fruto sagrado,
germen de tierra noble, entre el cielo y el ande,
entre el viento y la lluvia;
deja que calme mi sed con la sangre torrentosa de tu fresco capulí,
deja que aplaque mi hambre con el fruto vigoroso de tu primera cosecha.


Guindo divino de fragancia etérea,
hijo primerizo del Apu eterno, nacido en limpia mañana
de un febrero fecundo;
deja que sosiegue mis penas con el canto silvestre de un zorzal lloroso,
deja que mitigue mis ansias con la miel agridulce de tus hojas verdes.

Guardián humilde de tiempos andinos,
reposado testigo de otoños perpetuos, de brisas celestes
de trigo y maíz;
¿Sonríes siempre al verde prado y animan tus hojas al sol fugaz?
¿Pregonas siempre el dulce canto y el coronado vuelo de argento cuculí?

Guinda bermeja de pulpa sabrosa
golosos labios de mi chola capulí, fruta púrpura
de tempranero embrujo
¿floreces siempre en azulado cielo retando al frío y a la helada?

¿Te yergues siempre viviente y maduro en este tu cuerpo de verde esmeralda?

Gota de lluvia que preña la árida tierra,
fuerza terrenal, sombra de ternura materna
que silencia el hambre y la sed del andino peregrino,
¿No eres acaso, un canto al sol de mi gloriosa estirpe?
¿No se funden en ti, mi sangre rebelde con tu savia vigorosa?

En mis tardes seniles te añoro, ¡oh guindo amado!
como el cómplice leal de mis secretos de huayno y yaraví.
Y en las discretas noches de luna llena te recuerdo,
refugiando en tu regazo la furtiva pasión de febriles amantes,
que calman presurosos el fuego de su amor.

Quiero nacer y morir guindo frondoso
devorando el polvo de tus hojas caídas,
y vivir en tus ramas abrazado a los pájaros de granizo blanco,
hasta la llegada de mi hora crepuscular
en tanto tus raíces arañen la tierra hasta hacerla sangrar
.

UN CANTO A MI PUEBLO

Autor: Adolfo Ruiz Zanabria (Lima, octubre 2006)

Soy el cantor de mi pueblo;
alma llanera, caminante de eternas mesetas;
cóndor divino, amo y señor de los andes;
brisa celestial, amante de extraordinarios mares.

Elevadas montañas
se jaranean con las nubes;
ríos profundos glorifican mi tierra;
bella es mi patria y abundante mi tierra

¡Viva el Perú... carajo!

Viva este reino sagrado y bendito
de Pocras, Chancas, Waris y Ank’aras;
Paracas, Mochicas, Nazcas y Huancas
y de señoriales incas tahuantinsuyanos.

Que viva la decencia del hombre andino;
el heroísmo de los obreros
y la dignidad de los maestros
que con valor y nobleza forjan esta patria mía

¡Viva el Perú... carajo!

Que viva su sagrada hoja de coca
la maca, la mashua y la papa bendita;
que viva el maíz pan de los dioses,
también el chuño, la quinua y la kiwicha.

Que viva su sabrosa pachamanca con chicha de jora,
sus alegres huaynos con fuga de cañazo;
¡en fin... que viva todo, todo, todo!
Ah... y sobre todo sus bellas mujeres.

¡Viva el Perú... carajo!